El espacio jurídico ha estado vinculado tradicionalmente a una jerga a la que sólo los perfiles profesionales tenían acceso. El uso de latinajos ha supuesto (y aún lo hace) un distanciamiento con la sociedad y con el resto de los roles empresariales poniendo al legal en una posición que no le corresponde.
Pero el camino evolutivo que está tomando el sector jurídico está favoreciendo un acercamiento entre los diversos stakeholders (grupos de interés) con los conceptos jurídicos y esto está especialmente vinculado a las nuevas formas de gestionar los despachos, los departamentos legales y los propios asuntos.
Este nuevo escenario nace, entre otras cuestiones, gracias a la introducción en el último lustro de las técnicas de gestión de proyectos, adaptadas a las especialidades de los proyectos cuyo objeto principal es la ley. A esto también se le conoce como Legal Project Managment (LPM).
Sin embargo, las distancias se incrementan cuando el sector tecnológico es el que debe ser abordado por el profesional del derecho, pues nos encontramos en dos mundos, en principio antagónicos. Uno es estático y tradicional (el legal) mientras que el otro (el tecnológico) está en constante movimiento y a la vanguardia.
Así el LPM surge para proporcionar un adecuado intercambio de información entre los dos sectores, facilitando la comunicación y entregando estrategias de gestión al sector legal mucho más afines a las metodologías agile del mundo tech.
¿Qué metodologías acercan ambos mundos?
El LPM abarca diversas metodologías que permiten la colaboración entre equipos legales y equipos tecnológicos.
- Metodología Kanban: es la metodología que mejor se adapta a las fases de los diversos proyectos legales. Se trata de un tablero muy visual que permite conocer el desarrollo del proyecto, los flujos de trabajo y la asignación de tareas a cada equipo de trabajo. La unión aquí entre tech y legal se centra en determinar las fases del proyecto desde las dos perspectivas, dotando a legal de los márgenes temporales para la puesta a disposición del cliente de los entregables.
- Metodología de cascada: el proyecto se divide en varias fases: Para iniciar una fase debe haberse finalizado la anterior, lo que se denomina como un «hito del proyecto». Esta metodología debe tener una preparación previa, un Project Charter o plan de proyecto, donde el equipo tenga claro cuáles son los flujos de trabajo, la gestión del tiempo o el seguimiento del progreso. Esta sistemática es más estática e impide en muchas ocasiones cambios significativos si surgen dificultades. Siendo muy útil en proyectos puramente jurídicos, es menos amigable con la velocidad e incertidumbre de los proyectos tecnológicos.
- Metodologías Agile: en esta fórmula de gestión se priorizan los sprints. Tras la organización del trabajo pendiente, una vez finalizado el sprint (alrededor de 2 semanas) se realiza un análisis retrospectivo para identificar qué ha salido bien y qué no.
- Metodología Scrum: se trata de un enfoque ágil centrado en ciclos de trabajo organizado por equipos de menos de 10 personas. Esos ciclos de trabajo son de alta periodicidad, se establecen reuniones rápidas de unos 15 minutos diarias para evaluar el trabajo del día anterior, establecer prioridades del día y determinar la carga de trabajo .Tras la finalización del sprint (2 semanas) se realiza el trabajo retrospectivo. Busca la mejora continua.
¿Cuál es la mejor metodología?
Las metodologías ágiles son la mejor estrategia para “fallar rápido y fallar barato”. Son utilizadas en el desarrollo software y favorece el trabajo colaborativo. La incorporación de un Legal Project Practitioner o gestor de proyectos legales en esta metodología podría ser clave para controlar que el desarrollo software se realice en concordancia con la legislación vigente y se adecúe a la finalidad del proyecto tecnológico principal.
El trabajo conjunto en esta metodología debe ser de respuesta inmediata, con un profesional del derecho con conocimientos sólidos en materia tecnológica que pueda pre identificar las fortalezas y debilidades del software.
Lo interesante de la convergencia entre ambos mundos es tener las herramientas suficientes como para aplicar al proyecto jurídico-tecnológico las diversas metodologías, pues todos los proyectos tienen necesidades estáticas y ágiles. Además, saber identificar esas fases con la capacidad de respuesta que requiere el proyecto, harán que el equipo legal hable el mismo idioma que el equipo tecnológico.